miércoles, 9 de abril de 2008

Primaria, paso imprescindible para reducir el infradiagnóstico de trastorno bipolar.

Vieta ha asegurado que la patología está infradiagnosticada en España y que muchas veces el trastorno de tipo 2 -caracterizado por una fase maniaca más leve que no requiere hospitalización- se confunde con depresión común y se trata como tal desde el primer nivel asistencial. Vieta deja claro que no culpa al médico de familia: “No se les puede acusar de nada porque hasta la fecha los psiquiatras no hemos hecho el esfuerzo de comunicarles la realidad de esta dolencia. Otros especialistas sí han dado ese paso y han logrado, por ejemplo, un muy buen control de la hipertensión arterial en primaria”.
La prevalencia real del trastorno bipolar se estima en un 4 por ciento de la población. Entre una cuarta parte y la mitad de los enfermos corresponden al tipo 1, la forma más grave. El problema, si no se diagnostican bien todos los casos, es que se trata de la patología con más riesgo de suicidio, según Vieta: entre el 25 y el 30 por ciento de los enfermos intentan suicidarse y entre el 10 y el 15 lo consiguen. Sin embargo, el retraso diagnóstico medio es de 7 años en la Unión Europea.
“La parte positiva es que, si está bien tratada, la dolencia tiene mucho margen de mejora y puede conseguirse que los afectados hagan una vida prácticamente normal”. Para ello es imprescindible, según el especialista, combinar la medicación con psicoeducación, es decir, formación para el paciente y sus familiares y cuidadores, de forma que conozcan bien la enfermedad. De este modo se logran mayores tasas de adherencia al tratamiento e incluso que los propios interesados logren detectar una recaída.
Andreas Fagiolini, de la Universidad de Pittsburgh, coincide en las ventajas de la psicoeducación: “Es muy complicado convencer a un paciente de que siga tomando su fármaco cuando no tiene síntomas, y es lógico. Ahí es donde cobra importancia que conozca bien su enfermedad”.
En lo que al arsenal farmacológico se refiere, Vieta ha destacado las ventajas del aripiprazol, comercializado por Bristol-Myers Squibb y Otsuka Pharmaceutical como Abilify. El aripiprazol se utilizaba en esquizofrenia pero la Comisión Europea acaba de aprobar su indicación en trastorno bipolar. La clave, explica el profesor de la UB, es que es tan efectivo como otros fármacos pero no provoca sedación ni aumento de peso, lo que facilita su utilización en la fase de mantenimiento como medicación crónica.
Se trata de un antipsicótico atípico que funciona como agonista dopaminérgico parcial. El hecho de no bloquear por completo los receptores de dopamina elimina también el parkinsonismo que provocaban otros productos.
Abordaje integralHelen Millar, de la Federación Mundial de Salud Mental, coincide con Vieta en que la medicación no puede ser la única estrategia para abordar a largo plazo el trastorno. “Se requiere un acercamiento integral a la salud física y mental del individuo, incluida la comorbilidad que suele aparecer, y es clave informar bien a los cuidadores”. Millar ha subrayado que la realidad está, hoy por hoy, lejos de ese ideal. De hecho, el estudio European Mania in Bipolar Longotudinal Evaluation of Medication (Emblem) revela que tanto en España como en Italia existen una gran diferencia entre los protocolos y las guías, que son de buena calidad, y la realidad clínica diaria. Lo peor, que “un abordaje equivocado dificulta que el enfermo siga el tratamiento a largo plazo”. Y el trastorno bipolar se presta mucho a ello. “En primer lugar, los pacientes son muy heterogéneos, sobre todo cuando se les recibe en fase maniaca. En segundo lugar, el primer tratamiento casi nunca es prescrito por un psiquiatra, sino por otro médico que suele apostar por la sedación, precisamente para calmar esa fase maniaca”.
Detección precoz en niñosEl infradiagnóstico del trastorno bipolar también es un problema en los niños. “La psiquiatría infantil está poco desarrollada en España y demasiado a menudo se ha dejado en manos exclusivas de los pediatras”, explica Vieta. En este sentido, apunta a que un buen programa infantil de detección precoz permitiría identificar a los menores afectados “con cierta facilidad, ya que los propios profesores y compañeros suelen advertir este tipo de trastornos”.